Hoy día, Diógenes pasaría por mendigo pero en su época fue considerado soberano. Nació en Sínope el año 404 a.C y murió en Corinto, el mismo día que Alejandro Magno moría en Babilonia. Fue franco, terco y procaz. Sin patria, sin propiedades y sin dinero, llegó a vivir como un perro, de ahí el sobrenombre: cynĭcus. Despreció las convenciones sociales, las posesiones materiales y los placeres sensuales, en la medida que lo esclavizaban. No se arredró ante los caprichos de la suerte cuando fue adversa, ni celebró la proversa. En su autarquía, denostó las leyes de la civilización y se consagró a los dictados de la naturaleza, sustituyendo el saber teórico por el comportamiento ejemplar, y las grandes metas por pequeños preceptos, considerándose ciudadano del mundo. Consagrado a una vida libre de ataduras y vanidades, su discurso desembocó en insolencia, y su acción en indiferencia. Platón lo llamó "Sócrates furioso".
Ciertas anécdotas sobre su vida han cabalgado, invariables, los siglos, y narran lo siguiente:
"En cierta ocasión un aristócrata invitó a Diógenes a su villa suntuosa, sabedor de sus costumbres le rogó que no escupiera en el lustroso suelo. Entonces Diógenes, se aclaró la garganta desde lo más profundo y le escupió en la cara, añadiendo que no había podido encontrar un lugar más sucio".
"Filosofando un día ante un auditorio distraído y desatento se puso bruscamente a saltar gorjeando; pronto se arremolinó la muchedumbre a su alrededor, insultó entonces a los mirones, haciéndoles notar que huían de las cosas importantes, pero corrían para escuchar las estúpidas".
"Viendo que un arquero fallaba el blanco en cada flecha, fue corriendo a sentarse en aquel lugar, alegando que allí por fin estaría seguro".
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