El fragmento a continuación transcrito pertenece al opúsculo titulado Sobre verdad y mentira en sentido extramoral del pensador alemán Friedrich Nietzsche, fechado en 1873 y perteneciente, por tanto, a su época de juventud (aquella que Gianni Vattimo denominara el "periodo romántico" de la producción nietzscheana). El comienzo extractado posee un tout de force especulativo inigualable, y supone un consumado testimonio de lo que Sigmund Freud denominara "las tres heridas narcisistas" que han sido infligidas al hombre en la modernidad a través de otras tantas revoluciones conceptuales que produjeron, a su vez, tres planos de autoconciencia cualitativamente semejantes en la humanidad: la revolución cosmológica copernicana que puso fin al supuesto antropocéntrico del geocentrismo; la revolución biológica darwinista que periclitó la ilusión antropomórfica del creacionismo; y final e implícitamente, la revolución freudiana que extenuó el propósito de la primacia de lo consciente en el racionalismo.
Su exquisita forma exhibe, además, una expresión consumada que lo hace acreedor de uno de los más altos estilos, si exceptuamos a su mentor Schopenhauer, de la ensayística alemana del siglo XIX.
"En algún apartado rincón del universo centelleante, desparramado en innumerables sistemas solares, hubo una vez un astro en el que animales inteligentes inventaron el conocer. Fue el minuto más soberbio y falaz de la "Historia Universal": pero, a fin de cuenta, sólo un minuto. Tras breves respiraciones de la naturaleza, el astro se heló y los animales inteligentes hubieron de perecer. Alguien podría inventar una fábula semejante pero, con todo, no habría ilustrado suficientemente cuán lastimoso, cuán sombrío y caduco, cuán esteril y arbitrario es el estado en el que se presenta el intelecto humano dentro de la naturaleza. Hubo etenidades en las que no existía, cuando de nuevo se acabe todo para él no habrá sucedido nada, puesto que para ese intelecto no hay ninguna misión ulterior que conduzca más allá de la vida humana. No es sino humano, y solamente su poseedor y creador lo toma tan patéticamente como si en él girasen los goznes del mundo. Pero si pudiéramos comunicarnos con la mosca, llegaríamos a saber que también ella navega por el aire poseida de ese mismo pathos, y se siente el centro volante de este mundo. Nada hay en la naturaleza, por despreciable e insignificante que sea, que, al más pequeño soplo de aquel poder del conocimiento, no se infle inmediatamente como un odre; y del mismo modo que cualquier mozo de cuerda quiere tener su admirador, el más soberbio de los hombres, el filósofo, está completamente convencido de que, desde todas partes, los ojos del universo tienen telescópicamente puesta su mirada en sus obras y pensamientos".
Friedrich Nietzsche.
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