Nemo me impune lacéssit, nadie me ofende impunemente. Este lema de
la Orden de San Cardo, que figura además como divisa oficial del Reino de
Escocia, suena como un basso continuo en
la sinfonía de historias orquestada por Gonzalo Ugidos. Sinfonía que bien
pudiéramos resumir en la frase que profiere Nietzsche en algún lugar de su Así habló Zaratustra: “Por eso tiro de vuestra red, para que vuestra furia os
haga salir de la guarida de vuestra mentira y de detrás de vuestra palabra,
justicia, se precipite vuestra venganza”. Y que podríamos por añadidura completar a partir
de una lectura moral del tercer principio de la física newtoniana: “Si un
cuerpo actúa sobre otro con una fuerza (acción), éste reacciona contra aquél
con otra fuerza de igual valor y
dirección, pero en sentido contrario (reacción)”.
Decir de Gonzalo Ugidos (1956) que
es o ha sido escritor, periodista, pintor, crítico y profesor es decirlo todo
sin decir, sin embargo, nada relevante. Pues la indefinición de tales atributos
bien podrían asemejarlo a cierta masa informe de la cual, no obstante, de
distingue notablemente por lucidez, elocuencia y elegancia. Gonzalo Ugidos es un intelectual
ecléctico y omnívoro, un diletante lúcido y subversivo, una mente ágil y
erudita, a ratos irreverente, que ha desarrollado una extraordinaria capacidad
para indagar fructuosamente los resortes internos de las acciones humanas más
comunes, pero también, y sobre todo, los motivos ocultos de los individuos más
heteróclitos. Es un biógrafo de raza que, como en su momento Lytton Strachey,
condensa la substancia de una vida en unos pocos trazos, mediante el influjo recíproco
de acción y pasión, de hechos y caracteres, de anécdotas y temperamentos. Pero
es también un honesto moralista, que como Chamfort, se subleva ante la
degeneración de las costumbres morales. Vale, además, afirmar de Ugidos aquello
que él mismo refiere de Marat: “era un idealista entusiasta dotado de una
excepcional capacidad para el análisis de ideas y de hechos. Era también un
observador muy fino y esmerado, dueño de una pluma mordaz y afilada” (p. 90). Rasgos
que se evidencian, más si cabe, en los espacios radiofónicos de RNE de los que, hasta donde sabemos, es artífice: Vidas contadas, Vida de
tantos y Miniaturas.
Grandes venganzas de la historia, magníficamente editado por La Esfera de los Libros, se resuelve en un alegato con
vocación didáctica a favor de la pasión suprahistórica del desquite, vertebrado
en una colección de narraciones presentadas en forma diacrónica, y entreveradas
transversalmente con un apólogo. Se trata de una galería de retratos sin
prurito taxonómico, ni pretensión teórica exhaustiva. Un lienzo rebosante de
viñetas ejemplares en torno a la denostada pasión atávica de la venganza, que
el autor quiere rescatar del ostracismo moralizante a dónde tradicionalmente ha
sido relegada, huyendo además de todo chato relativismo. Labor de miniaturista
que exhibe una pincelada detallista y atinada, evidenciando finura psicológica
y versatilidad estilística.
La versatilidad la contemplamos
en un escrito misceláneo que abraza en desigual proporción la crónica
periodística, la digresión, la anécdota histórico-biográfica y el relato
novelesco. Disperso a veces (hay dilación en algunos pasajes considerables
prescindibles) un tanto apresurado otras (hay premura en ciertos pasajes de
resolución que debieran, sin embargo, ser más prolijos) pero sagaz siempre, pues
el autor consigue hilvanar unas narraciones eruditas sin ser pedante, amenas
sin ser toscas y profundamente didácticas sin caer en el maniqueísmo.
La finura la admiramos en una
concepción de la venganza que, salvaje considerada sin restricciones, resulta sin
embargo honorable –es la tesis central- considerada desde una hábil casuística
que ha de incluir al menos los motivos, la forma y la finalidad. “No soy
partidario –advierte el autor- de la venganza en cualquier circunstancia, con
cualquier excusa y por cualquier razón” (p. 258); sino que toda venganza
cabalmente sopesada habrá de tener en cuenta tres aspectos capitales: la
dilación, no en cualquier momento; la proporción, no en cualquier medida; y la
ejecución, no de cualquier manera. Se propone, pues, una versión moderada y
comedida -campea por aquí la sombra de la mesotes
aristotélica- en su concepción y en su aplicación: no la venganza per se, sino según un modelo ejecutorio
de proporcionalidad, lo que de alguna forma pretende su canalización por surcos
racionales. Resultando a la postre su adecuada práctica como una de las bellas
artes morales: recurso legítimo de reparación del dolor frente al mero cauce
legal de la sanción en restablecimiento del orden.
Grandes venganzas de la historia es también un canto de gratitud a
la deuda intelectual contraída con un antiguo mentor (real o ficticio, poco
importa) que, según confesión del propio autor, fue el responsable motriz de
éstas consideraciones. Un libro, en suma, que hará las delicias de todo aquél
que aún conserve el placer por los hechos bien contados y la repugnancia por
los daños mal reparados.