"Somos a un tiempo demasiado cultos y demasiado críticos, demasiado sutiles intelectualmente y demasiado interesados por los placeres exquisitos, para aceptar cualquier especulación sobre la vida a cambio de la vida misma".

Oscar Wilde.

"En mi religión no habría ninguna doctrina exclusiva; todo sería amor, poesía y duda. La vida humana sería sagrada, porque es todo lo que tenemos, y la muerte, nuestro común denominador, una fuente de reflexión. El Ciclo de las Estaciones sería celebrado rítmicamente junto con las Siete Edades del Hombre, su Hermandad con todos los seres vivos, su gloriosa Razón, y sus sagradas Pulsiones Instintivas".

Cyril Connolly






martes, 21 de marzo de 2017

Pedro Abelardo: semblanza de un lógico calamitoso.



   La figura de Pedro Abelardo (1079-1142) destaca como el más eximio dialéctico del apogeo de la Baja Edad Media. Aunque su nombre está ligado a una vida compuesta de orgullo e infortunio, pocos hombres agitaron más la opinión del siglo XII y pocos periplos vitales son tan vibrantes como el suyo. Tal periplo describió una curva que se movió alternativamente entre la ordenada de la razón y la abscisa de las pasiones. El resultado: una vida errante y fugitiva, una agitada existencia peripatética que osciló entre las envidias más calumniadoras de sus maestros y las instigaciones más malévolas de sus condiscípulos.
   Desde muy joven, Abelardo mostró una potencia especulativa excepcional, un afán polémico desconcertante y un vigor amatorio prodigioso. No tuvo maestro alguno, ya fuese Roscelino de Compiègne, Guillermo de Champeaux o Anselmo de Laon, del que no llegase a ser aventajado primero y émulo después; razón por la que despertó recelos, suscitó envidias, sufrió persecución y arrostró escarmientos. El más miserablemente célebre se produjo cuando siendo preceptor de Eloísa, veinte años menor que él, sobrina de Fulberto, canónico de la catedral de Paris, le asaltó por la muchacha una pasión tardía que sellaría una parte de su destino trágico. Ocurrió que se enamoró de la muchacha y trocó las enseñanzas espirituales por las sensuales, culminando su amor en la concepción de un hijo. Enterándose el tío, quiso organizar la boda para reparar la falta, pero huyeron y se casaron contra su voluntad en secreto, lo que encendió la cólera del canónigo, que, en cobro de satisfacción, contrató a unos sicarios a los que ordenó la castración del filósofo, consumada con nocturnidad en soborno de su criado. El luctuoso episodio es narrado con pasmosa asepsia por el propio Abelardo en Historia de mis calamidades. Aquí se cuenta también que tras la mutilación, Eloísa tomó los hábitos en el convento de Argenteuil; y Abelardo, ingresa monje en el monasterio de San Dionisio, del que sería expulsado por su proverbial soberbia. Retirado a la diócesis de Troyes, comprometido con una vida austera y rigurosa, fundó el oratorio donde impartiría clases, llamado paradójicamente Parácleto (algo así como el “consolador”), espacio independiente, audaz y racional donde se consagró al estudio hasta el fin de sus días. Durante toda su vida los recelos fermentaron a su alrededor en la medida en que sus diatribas amasaban autoridad, de forma que su miseria creció en proporción a sus honores.


   Pero hubo todavía una ocasión más para la crispada logomaquia cuando, tras haber despertado Abelardo los recelos de Bernardo de Claraval, este santo padre de la iglesia acusó su doctrina de arrianismo, pelagianismo y nestorianismo, censurando su proceder del siguiente tenor: “perseguidor de la fe, enemigo de la cruz, monje por fuera, hereje por dentro, fraile sin regla, abad sin disciplina, culebra tortuosa que sale de su caverna, nueva hidra en cuyo cuello, por una cabeza cortada en Soissons, han aparecido otras siete”.


   Pedro Abelardo murió en 1142, tal como había vivido, acusado y acosado. Su cuerpo fue reclamado por Eloísa  y llevado al Parácleto. Cuando ella murió, veintidós años después, fue enterrada junto a él. En 1817, sus restos fueron presuntamente trasladados a una tumba común en el cementerio parisino de Pere Lachaise, donde hace tiempo que sus cuerpos se amustian mientras su amor legendario les sobrevive inmarcesible.