"Somos a un tiempo demasiado cultos y demasiado críticos, demasiado sutiles intelectualmente y demasiado interesados por los placeres exquisitos, para aceptar cualquier especulación sobre la vida a cambio de la vida misma".

Oscar Wilde.

"En mi religión no habría ninguna doctrina exclusiva; todo sería amor, poesía y duda. La vida humana sería sagrada, porque es todo lo que tenemos, y la muerte, nuestro común denominador, una fuente de reflexión. El Ciclo de las Estaciones sería celebrado rítmicamente junto con las Siete Edades del Hombre, su Hermandad con todos los seres vivos, su gloriosa Razón, y sus sagradas Pulsiones Instintivas".

Cyril Connolly






jueves, 5 de marzo de 2015

Gonzalo Ugidos. Grandes venganzas de la historia.


   Nemo me impune lacéssit, nadie me ofende impunemente. Este lema de la Orden de San Cardo, que figura además como divisa oficial del Reino de Escocia, suena como un basso continuo en la sinfonía de historias orquestada por Gonzalo Ugidos. Sinfonía que bien pudiéramos resumir en la frase que profiere Nietzsche en algún lugar de su Así habló Zaratustra: “Por eso tiro de vuestra red, para que vuestra furia os haga salir de la guarida de vuestra mentira y de detrás de vuestra palabra, justicia, se precipite vuestra venganza”. Y que podríamos por añadidura completar a partir de una lectura moral del tercer principio de la física newtoniana: “Si un cuerpo actúa sobre otro con una fuerza (acción), éste reacciona contra aquél con otra fuerza de igual valor y dirección, pero en sentido contrario (reacción)”.

   Decir de Gonzalo Ugidos (1956) que es o ha sido escritor, periodista, pintor, crítico y profesor es decirlo todo sin decir, sin embargo, nada relevante. Pues la indefinición de tales atributos bien podrían asemejarlo a cierta masa informe de la cual, no obstante, de distingue notablemente por lucidez, elocuencia y elegancia. Gonzalo Ugidos es un intelectual ecléctico y omnívoro, un diletante lúcido y subversivo, una mente ágil y erudita, a ratos irreverente, que ha desarrollado una extraordinaria capacidad para indagar fructuosamente los resortes internos de las acciones humanas más comunes, pero también, y sobre todo, los motivos ocultos de los individuos más heteróclitos. Es un biógrafo de raza que, como en su momento Lytton Strachey, condensa la substancia de una vida en unos pocos trazos, mediante el influjo recíproco de acción y pasión, de hechos y caracteres, de anécdotas y temperamentos. Pero es también un honesto moralista, que como Chamfort, se subleva ante la degeneración de las costumbres morales. Vale, además, afirmar de Ugidos aquello que él mismo refiere de Marat: “era un idealista entusiasta dotado de una excepcional capacidad para el análisis de ideas y de hechos. Era también un observador muy fino y esmerado, dueño de una pluma mordaz y afilada” (p. 90). Rasgos que se evidencian, más si cabe, en los espacios radiofónicos de RNE de los que, hasta donde sabemos, es artífice: Vidas contadas, Vida de tantos y Miniaturas.

   Grandes venganzas de la historia, magníficamente editado por La Esfera de los Libros, se resuelve en un alegato con vocación didáctica a favor de la pasión suprahistórica del desquite, vertebrado en una colección de narraciones presentadas en forma diacrónica, y entreveradas transversalmente con un apólogo. Se trata de una galería de retratos sin prurito taxonómico, ni pretensión teórica exhaustiva. Un lienzo rebosante de viñetas ejemplares en torno a la denostada pasión atávica de la venganza, que el autor quiere rescatar del ostracismo moralizante a dónde tradicionalmente ha sido relegada, huyendo además de todo chato relativismo. Labor de miniaturista que exhibe una pincelada detallista y atinada, evidenciando finura psicológica y versatilidad estilística.

   La versatilidad la contemplamos en un escrito misceláneo que abraza en desigual proporción la crónica periodística, la digresión, la anécdota histórico-biográfica y el relato novelesco. Disperso a veces (hay dilación en algunos pasajes considerables prescindibles) un tanto apresurado otras (hay premura en ciertos pasajes de resolución que debieran, sin embargo, ser más prolijos) pero sagaz siempre, pues el autor consigue hilvanar unas narraciones eruditas sin ser pedante, amenas sin ser toscas y profundamente didácticas sin caer en el maniqueísmo.

   La finura la admiramos en una concepción de la venganza que, salvaje considerada sin restricciones, resulta sin embargo honorable –es la tesis central- considerada desde una hábil casuística que ha de incluir al menos los motivos, la forma y la finalidad. “No soy partidario –advierte el autor- de la venganza en cualquier circunstancia, con cualquier excusa y por cualquier razón” (p. 258); sino que toda venganza cabalmente sopesada habrá de tener en cuenta tres aspectos capitales: la dilación, no en cualquier momento; la proporción, no en cualquier medida; y la ejecución, no de cualquier manera. Se propone, pues, una versión moderada y comedida -campea por aquí la sombra de la mesotes aristotélica- en su concepción y en su aplicación: no la venganza per se, sino según un modelo ejecutorio de proporcionalidad, lo que de alguna forma pretende su canalización por surcos racionales. Resultando a la postre su adecuada práctica como una de las bellas artes morales: recurso legítimo de reparación del dolor frente al mero cauce legal de la sanción en restablecimiento del orden.

   Grandes venganzas de la historia es también un canto de gratitud a la deuda intelectual contraída con un antiguo mentor (real o ficticio, poco importa) que, según confesión del propio autor, fue el responsable motriz de éstas consideraciones. Un libro, en suma, que hará las delicias de todo aquél que aún conserve el placer por los hechos bien contados y la repugnancia por los daños mal reparados.

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