"Somos a un tiempo demasiado cultos y demasiado críticos, demasiado sutiles intelectualmente y demasiado interesados por los placeres exquisitos, para aceptar cualquier especulación sobre la vida a cambio de la vida misma".

Oscar Wilde.

"En mi religión no habría ninguna doctrina exclusiva; todo sería amor, poesía y duda. La vida humana sería sagrada, porque es todo lo que tenemos, y la muerte, nuestro común denominador, una fuente de reflexión. El Ciclo de las Estaciones sería celebrado rítmicamente junto con las Siete Edades del Hombre, su Hermandad con todos los seres vivos, su gloriosa Razón, y sus sagradas Pulsiones Instintivas".

Cyril Connolly






martes, 18 de octubre de 2011

Siegfried Lenz - Minuto de silencio



“Con lágrimas de pesar te dejamos” así canta el coro del instituto Lessing al comienzo de la novela de Siegfried Lenz titulada Minuto de silencio. Las honras fúnebres a la memoria de Stella Petersen son el motivo de tan lúgubre entonación. Desde un estrado en el vestíbulo del instituto se improvisan unas palabras de despedida por parte de los compañeros, mientras que los alumnos interrumpen constantemente la solemnidad del acto dando muestras de aburrimiento e impaciencia. Sólo Christian, estudiante del último curso de bachillerato, soporta con entereza uno de los momentos más amargos de su vida, conteniendo unas lágrimas que ya se aprecian en algunos de los miembros del claustro. Stella fue su profesora de inglés, pero también su primer amor. En el momento en el que se ruega un minuto de silencio por el triste fallecimiento de Stella, Christian evoca la trágica historia de amor entre ambos.

Este argumento, que bien podría servir para cubrir horas de programación en una emisora televisiva de bajo presupuesto, constituye el entramado de una de las obras maestra de Siegfried Lenz. Sí, una historia de amor; género al que Lenz, nacido en Lyck (Prusia Oriental) e hijo de un oficial de aduanas, licenciado en filosofía, filología alemana y escritor - uno de los más conocidos autores de novelas y relatos en la literatura alemana de postguerra y contemporánea -, nunca se había enfrentado, pero del que sale triunfante a través de un tratamiento intimista de la historia. El factor diferencial de esta novela con respecto a la manida trama pseudo-romántica es la complejidad de planos y una fina preferencia por la erótica del gesto. De la complejidad de planos tratará este escrito. Con respecto a la erótica, desvelar algunos detalles minimalistas y preciosistas que aparecen a lo largo de la novela y que define el estilo de este escritor: un bañador de rayas verdes, una espalda desnuda, una almohada compartida o una piel sonriente. Estos son alguno de los elementos que componen la felicidad jovial, y algo pueril, con la que Christian inicia su andadura por los lances amorosos.

Lenz reviste esta estructura con un discurso veraniego, lleno de sal y de pescadores, con excursiones turísticas y un malecón, regatas, bailes a la luz de la luna y una fiesta de carnaval. Aunque la impregna con el mismo barniz de solemnidad que adquieren las fotografías sepias, de esquinas dobladas y contornos difuminados. Anticuada, como de otro tiempo, llega a nuestros oídos la aventura entre Christian y Stella. Y es que Lenz a sus 83 años apuesta por no seguir ninguna moda, y nos regala un relato clásico, o casi clásico parafraseando el título de Harold Brodckey. Por eso, el lector que quiera disfrutar de esta novela, debe abandonarse a la cadencia hipnótica y al compás rítmico del fraseado de Lenz, que recuerda al suave batir de las olas del mar. Aunque a veces ese tiempo aletargado, sonoro y pesado se rompa. Y de una narración evocadora escrita en primera persona, donde el narrador da rienda suelta a sus recuerdos, seamos arrastrados por un alegato sentimental en favor de un amor perdido. Esta vez mediante una interpelación directa a través del tú. En ese vaivén lingüístico el texto pierde su serenidad y se colma de sentimientos enaltecidos con los Christian quisiera anclar su gran amor: Stella. Y nosotros, pobres lectores, acabamos zarandeados como un bote en mar arbolada.

Esta sensación de inestabilidad es intencionada. Lenz provoca en el lector este bamboleo para asociarlo al verdadero protagonista de este relato: el mar. Silencioso, oscuro, omnipresente. El relato de Lenz suena como el mar, se mueve como el mar y se siente como el mar. No sólo por el hecho de que Christian ayude a su padre con el barco de recreo o la barcaza para dragar piedras. Ni siquiera porque el Leitmotiv con el que se nos presenta a Stella sean unas vacaciones en yate por las islas danesas. Sino porque la metáfora que nos insinúa Lenz en este relato empareja el amor con el mar. ”Love is a warm bearing wave”, escribe Stella en una postal dirigida a su alumno. Christian se acercar a este sentimiento de una manera alocada, irreflexiva y disparatada, como un chapuzón de verano. Será la propia Stella, la que con una simple exclamación: ¡Ah, Christian!, insinúe que el amor es insondable, inescrutable e impredecible, lleno de escollos y de calas zainas.

La novela de Lenz profundiza la temática de la desigualdad. La relación entre Christian y Stella es asimétrica en cuanto a la edad, la posición social, pero, sobre todo, por las emociones que alimenta en cada uno de ellos. El personaje de Christian está construido desde la fórmula del “fueron felices y comieron perdices”. A este reino pertenecen un gran elenco de personajes secundarios, aunque principalmente marineros y pescadores. Entre tanto pez exótico destacan, por su carga de humor y por el dramatismo implícito, dos figuras: el padre de Stella, un antiguo operador de radio en un caza de la Luftwaffe derribado en Kent durante la guerra y que vive en el país que lo retuvo prisionero, y un ornitólogo, que por culpa de su reuma no puede remar y debe ser remolcado cada vez que sale a la mar. Christian representa el papel de príncipe encantado en busca de un amor verdadero.

Stella, no. Stella sabe que su relación con Christian es escandalosa. Con suma maestría Lenz se sumerge en el mundo oscuro, apasionante, tenebroso y, al mismo tiempo, fascinante de Stella. Un mundo submarino que Lenz contextualiza magistralmente al coronar a Stella como la sirenita en la fiesta de carnaval. El peso específico de esta caracterización no admite duda. Con cuerpo de mujer y cola de pez la sirenita escapa de su elemento marino para conocer el mundo de los humanos. Simbolizando a la mujer que huye de su propio entorno, la sirenita ha de pagar con su vida por esta osadía. En el cuento de Andersen a la sirenita le es vetado el beso marital del príncipe y, para colmo, se arroja al mar cumpliendo con su destino trágico. Pero unas fuerzas mágicas, las hijas del viento, la rescatan en el último momento y la elevan hasta el cielo, su nuevo hogar. A Stella también la reclama el mar, su verdadero amante, y en él encuentra su trágico final. La asociación simbólica entre Stella y la sirenita parece debilitarse. Mientras que la sirenita es rescatada por las hijas del viento, Stella muere. Eso lo sabemos desde el comienzo de la novela. La ceremonia fúnebre concluye en un barco desde el que se lanzan las cenizas de la joven profesora al mar. Reconocimiento absoluto de que Stella pertenece a ese mundo acuático, enigmático y profundo. Pero Lenz, ofreciendo una muestra de su habilidad como ilusionista de las palabras nos ofrece un nuevo truco. Las cenizas de Stella son entregadas al mar, pero estás no acaban allí. El viento las recoge y las elevaba hasta el cielo. Y yo me pregunto: esta fuerza que en último instante rescata a Stella del mar, ¿es el viento o, más bien, sus hijas?

Un minuto de silencio no es un drama que exprima los sentimientos lacrimógenos del lector. Más bien es una novela experimental con la que Siegfried Lenz se lanza de pleno a la temática del amor. Eligiendo la metáfora del mar el escritor alemán reproduce la complejidad de este sentimiento recurriendo a gestos cotidianos que a base de usarlos conseguimos olvidar. Aunque etiquetada por algunas editoriales como novela de verano, este relato reviste una profundidad más allá de su mera historia. Repleta de períodos de calma, azotada por tormentas, apoyada por vientos elíseos, con noches de vigilia y alumbrada por un cielo estrellado, esta historia se me asemeja a una travesía en barco por el ancho mar. Porque el mar es el elemento transversal que recorre, domina y prevalece en esta lectura. Siempre mar, infinito mar. Lo curioso es que tras terminar esta lectura la sensación que nos queda, al igual que en una travesía marina, es el inevitable deseo de volver a repetir.



Jesús Martín Cardoso.

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